Soy Cuba

(Mikhail Kalatozov, 1964)

LA CÁMARA-PÁJARO

Preludio: pequeños títulos blancos en tomas aéreas de la costa cubana, transfigurada por la luz fotográfica. Lento aterrizaje.

Sigue el primero de la apabullante serie de planos secuencia que descose por todos lados la película (inicialmente un artefacto propagandístico), tras de un hombre que con pértiga empuja su barca por una calle de agua entre chozas de tablas, tendederos y toscas pasarelas.

Ya esos minutos llevan al espectador a preguntarse cómo demonios se mueve esa cámara, con qué trucos e ingenierías, para ser como pájaro que vuela veloz, sube y baja, pasa bajo puentes, entra y sale por ventanas, se cuela por boquetes, se eleva de pronto a la altura cenital.

Cuando luego, en la moderna Habana de Batista, pura diversión, juego y mulatas, la cámara-pájaro sigue a las concursantes del bikini, al locutor, a los festejantes que recogen bebidas de la bandeja y se pasan vasos y saludos en danza continua, sube a una azotea, desciende al solarium, revolotea entre los personajes, se fija en una bella que se levanta de la tumbona, camina cadenciosa hacia el borde de la piscina y se zambulle… la cámara ¡también se zambulle! y toma imágenes subacuáticas de los bañistas, del ondear de las extremidades, baile incesante…

Así todo: inagotable fiesta de la imagen en movimiento, una cámara dotada de facultades sobrehumanas en lo acrobático de su vuelo, en su atravesar paredes y rozar azoteas, pero también en el ímpetu poético, en la búsqueda de rostros elocuentes, paisajes que conmueven, gestos que llegan a lo hondo e inundan de humanidad el corazón impresionado del espectador.

La sucesión desbordante no sólo de planos secuencia sino de encuadres plásticamente soberbios, de elecciones escénicas brillantes, de ritmo siempre vibrante y sostenido, alcanza un alarde culminante en la toma de la comitiva funeraria que lleva a hombros el féretro del revolucionario por las calles de La Habana vieja, volando la cámara-pájaro desde la tela de la enseña sobre el ataúd, y desde los rostros sudorosos, hacia los áticos de los edificios circundantes, atravesando la sala donde los fabricantes de puros despliegan la bandera, por la que se desliza el vuelo del objetivo para regresar a la calle y abarcar la comitiva en panorámica majestuosa.

Sólo por su fabuloso plano inicial se pondera tanto, y con justicia, “Sed de mal”, de Welles. Hay en “Soy Cuba” una docena de planos secuencia tan fabulosos o más. ¡Qué deslumbrante acumulación de talento visual, arte cinematográfico y entusiasmo lírico!

Para la historia del Cine, el lastre propagandístico que esta película tiene en su carta natal quedará en lo anecdótico. Dan igual las palabras, el argumento. Por la generosidad creadora de Kalatozov, ese aspecto —que en manos de otros habría sin duda resultado pobre y grosero— se contagia aquí de cierta grandeza, en virtud de la exuberancia poética y una inspiración que no se explica, que nomás invade, colma y traspasa la sensibilidad fascinada del espectador.

Archilupo

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