El rayo verde

(Éric Rohmer, 1986)

LA SOLEDAD ACUCIANTE

El proceso creador de Eric Rohmer se pone en marcha cuando tiene una idea clara del final. Con esa brújula, construye la trama que desemboca en ese final.

En “El rayo verde”, a la protagonista le traza un camino oculto, por el que ella se mueve perdida la mayor parte del tiempo; una escondida senda acotada por señales misteriosas y aisladas: naipes en el suelo, affiches callejeros (taller: conócete a ti mismo), objetos de color verde, conversaciones ajenas sobre Julio Verne que ella escucha durante un paseo…

Delphine trabaja como secretaria en París. Sus planes de veraneo se chafan a última hora y, con enorme contrariedad, se encuentra con las vacaciones desiertas por delante. Una mujer sola en medio de la muchedumbre. Su soledad es inestable, asociada a una inquietud temperamental, una visceral forma de estar que no puede ser de otro modo.
En diversos episodios, como los de la reunión con amigas o la desenvuelta turista sueca, intenta llegar a los demás, pero no surge la corriente comunicativa; más bien chispazos y calambrazos, o vacío irrespirable.
Hay momentos de intensa aflicción que se sobrellevan recordando los versos de Rimbaud en la portada de la película: “Ah! Que llegue la hora/ En que los corazones se enamoren”.
Muy significativa la entrada en escena de un ejemplar de “El Idiota” de Dostoievski: el príncipe Mischkin, socialmente discapacitado, es sin embargo un inocente visionario, un alma viva, y recorre en su interior un camino profundo.

5ª obra del ciclo ‘Comedias y proverbios’, dedicado a retratar a mujeres inquietas, Rohmer no había escrito sobre ella previamente. Aquí dejó a un lado su habitual metrónomo, la férrea pauta de minuto y medio de película por página de guión, diálogos calibrados palabra por palabra.
Como en “La coleccionista”, donde permitió a los actores introducir aportaciones, en “El rayo verde” la actriz principal interviene en la construcción de su personaje, y así figura en los créditos: ‘Con la colaboración para el texto y la interpretación de Marie Riviere’.
En estrategia espontaneísta, la actriz dota al personaje de expresiva nerviosidad, un punto aturullada en ocasiones, aunque en el tramo final logra una intensa presencia cuando, al estilo romántico, la emoción interna de Delphine se acompasa con los fenómenos de la naturaleza.

Ahondando una vez más en la sensibilidad femenina, Rohmer filma una de sus películas más personales. En declaraciones a Liberation (3.9.86) consideró muy autobiográfico el tratamiento que hace de la soledad. “Delphine soy yo”, dice, como Flaubert de Madame Bovary.

(Rodada muy velozmente en el verano del 84, lo acusa cierta tosquedad de la imagen, acaso falta de más edición.)

spoiler:
Meticuloso, Rohmer quería que la toma del rayo verde para el jubiloso final fuese auténtica, aunque realmente consista en un destello esmeralda casi imperceptible. Su equipo lo intentó en Normandía y en diversos puntos del Atlántico, para conseguir finalmente la captura en Las Palmas.

Archilupo

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