El prefigurador


alchemical


John se matriculó en una academia de pintura porque los estudios de Derecho le aburrían. Antes de hacerse abogado quería probar la vena artística que creía tener.

A los pocos meses pintaba con soltura y ganas. Paisaje, bodegón, desnudo, abstracto… todos los géneros se le daban bien. Un día leyó biografías de pintores que se enamoraban de sus modelos, vivían con ellas, las convertían en sus musas. Al día siguiente, la atractiva modelo pelirroja que posaba en la academia le estuvo mirando fijamente. John había pensado en liarse con la modelo, y ocurrió. Fueron amantes durante tres años.

Cuando ya era abogado leyó en una novela que el detective protagonista vivía un flechazo duradero con una cliente. Al día siguiente entró en el despacho una mujer a consultar su divorcio. Al año siguiente se casaron.

John empezó a investigar el poder de la mente para modelar la realidad. Leyó en un reportaje que, bajo los símbolos del oro y la piedra filosofal, los alquimistas en verdad buscaban el espíritu.

Aquella misma tarde oyó con sobresalto una voz que le interpelaba. Revisó cada habitación de la casa, incluso cada armario. Nadie.

—Estoy aquí —oyó de nuevo.

Luis Pérez Ortiz

(Publicado en Clarín, nº 79, 2009)

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