
Al avistar la ciudad fantasma decidimos salir de la autopista y recorrer sus calles. Apetecía un paseo por sitio tan raro.
El constructor se había arruinado a destiempo: la repentina crisis económica paralizó a la multitud de compradores. Ni bajando el precio a la mitad pudo atraerlos. Quienes tenían pagados los primeros plazos recuperaron sus depósitos.
Bloques sin estrenar se alineaban a lo largo de las avenidas y en torno a las plazas, con sus estatuas inactivas, sus fuentes apagadas, sus mudos kioscos de música; sus semáforos sin luz, sus papeleras vacías, sus escuelas durmientes.
El viento arrastraba papelotes y traía el hedor de un gallinero lejano.
A pesar de ello, y de la perceptible desolación, me apeteció besarla, de regreso al coche.
No lo comentamos, pero a ambos nos pareció notar el movimiento de una forma blanca junto al vehículo.
En el parabrisas, una multa.
Luis Pérez Ortiz
(Publicado en Confluencia, Northern Colorado, 2012)