(Publicado en el nº 199 de VISUAL magazine)
EL DESTINO DE UNA REVISTA
Cuando se cumplen dos años y medio de la aparición de M21 Magazine, el camino recorrido es suficiente como para que el conjunto de lo publicado hasta ahora, 28 números, desprenda un carácter que lo singulariza entre otras revistas de contenido gráfico. Nótese que no decimos ‘revista de cómics’ sino que usamos una etiqueta más amplia, también más vaga.
Por algo es, y se verá.
Aún es pronto para el análisis pormenorizado de esta singular propuesta, de lo innovador de sus páginas, y más cuando se está en plena faena, muy pegado al terreno, sin suficiente distancia para una visión panorámica. Los estudiosos no tardarán en publicar sus exámenes y reflexiones, estamos seguros, como en su día no tardaron en surgir las tesis doctorales y los textos ensayísticos sobre lo aportado por MADRIZ a la historia del tebeo español. Mientras tanto, y dado que, como dice el cliché periodístico, al cierre de esta edición el porvenir de M21 Magazine es extremadamente incierto y la pausa veraniega puede durar una década, nos detendremos tan sólo unos instantes a reparar en que, casi sin darnos cuenta, la revista ha cuajado, y ahí está la espléndida colección de portadas que ilustran este artículo, obligadamente breve por la limitación de espacio. Ya vendrán los artículos que entren en las páginas interiores y se detengan en el tesoro de sus innumerables detalles.
Hubo un dilatado tiempo de gestación durante el que los futuros componentes del equipo editorial, ajenos aún a la aventura que aguardaba, exploraron terrenos inusuales del ejercicio profesional actuando como dibujantes de campo, para documentar gráficamente edificios monumentales en ciudades del mundo con presencia histórica española; como dibujantes viajeros y callejeros que llenan de notas cuadernos personales. Trabajos que les hacían sentir más cerca de dibujantes científicos como un Conrad Martens embarcado con Darwin en el Beagle, y menos del ilustrador de prensa, de lo que también ejercían. No consistían los trabajos en representar nada más las construcciones patrimoniales sino también, por aceras y plazas, el bullicio de los peatones que se movían por las calles, el pulso de la ciudad. Con especial ahínco Enrique Flores, alentando desde el principio la idea, mimándola y contagiándola a un amplio censo de colegas atentos siempre a sus iniciativas. Habían dibujado además zonas de Madrid, en salidas grupales organizadas por el Museo de la Ilustración, y se preguntaban cómo sería abordar el dibujo integral de la ciudad, no sólo desde el punto de vista urbanístico; imaginaban los rasgos de una revista dedicada en exclusiva a una ciudad, precisamente a Madrid. Hacían listas de secciones, distintos ángulos de acometida. Hacían listas de dibujantes conocidos, y lo que cada uno podía aportar según su estilo de trabajo. La ciudad y sus nódulos. El sistema óseo, el nervioso, el circulatorio y el neuronal; mercados, comunicaciones, jardines, transportes, planos y recuerdos, la electricidad intelectual.
Claro, que todo podía quedar, no sería la primera vez, en imaginar una revista, jugar por no estar quietos, y parte del juego consistía en tomarlo en serio por un rato y convertir una mesa de restaurante en una redacción de campaña.
Para acelerar el proceso previo fue decisiva la incorporación de Jacobo Rivero al proyecto. Aparte de contagiar un imparable entusiasmo por los tebeos y varios campos intelectuales más, incluido el baloncesto demente, fue capaz de establecer el complejo sistema de conexiones con la realidad y aportar suficiente sentido organizativo como para que la revista pasara al mundo real, tridimensional, y sus ejemplares apareciesen un día en las calles. Un cableado operativo ejecutado desde su puesto al frente de la comunicación de Madrid Destino, la empresa municipal que gestiona las actividades culturales, de ocio y turismo.
‘Destino’ se entiende como cuando lo usan los viajeros en un aeropuerto, claro, pero por deformación estudiantil yo lo entendía en un sentido metafísico, como sino o fatum, algo nietzscheano. Enrique Flores, además de impulsar el proyecto desde la sala de motores creativos, en el campo pragmático asumió las tareas de coordinación, planificación y trasiego del material gráfico, no exentas de aridez con la cuadratura de plazos y entregas mientras se mantiene a rajatabla la libertad de inspiración e interpretación de los temas.
En febrero de 2017, a los treinta años justos de la desaparición de MADRIZ, terminando un día muy corto la alcaldesa Manuela Carmena recibió al equipo de M21 Magazine en un pabellón de los Jardines de El Retiro con el fin de ver los primeros ejemplares, recién llegados de la imprenta, olorosos a tinta, y para celebrarlo el Niño de Elche cantó en una concurrida y alegre fiesta.
Se abría un camino balizado con signos propicios. Todo invitaba a volcarse en el viaje.
Fijémonos ahora en un primer detalle del proyecto: el enfoque documental caracteriza fuertemente su contenido. El cómic, en su parentesco con la literatura, se presenta de un tiempo a esta parte como novela gráfica y adopta tendencias de la narrativa textual. Si alguna de ellas aparece más en M21 Magazine es la autoficción, la propuesta que usa material autobiográfico y diluye la frontera entre lo real y lo imaginario. Son varias las páginas cuyos dibujos describen episodios de la vida urbana como un reportaje del que el autor o autora forma parte en tanto que personaje, incluyendo así noticia de la propia subjetividad.
Pero es el parentesco del cómic con el cine lo que en M21 Magazine tiene marcado relieve; más concretamente con el género documental, ese código dedicado a reunir y sintetizar información filmada sobre el asunto escogido.
Se parece a lo que hacían los dibujantes viajeros, antropológos, quienes a diferencia de los artísticos buscaban la precisión descriptiva y la objetividad técnica, antes que la belleza, la atmósfera épica y las sugestiones sensoriales, pero sin renunciar al juego de las variaciones, al modo de los ejercicios para músicos.
La estructura de secciones fijas, en cuya ejecución van rotando cada mes los dibujantes del equipo, facilita la versatilidad de los trabajos, dejando a un lado el estilo, esa especie de “sello personal acuñado”, y da ritmo a la publicación según pasan los meses y la ciudad, en su compleja realidad polifacética, va siendo poco a poco definida por capas: “Así era Madrid”, donde el pasado de un barrio se evoca personalmente a través de recuerdos de los dibujantes mayores; “La Radio por dentro”, sus artífices y programas, puesto que, según veremos, la revista aparece asociada a la Emisora Escuela municipal, con arreglo a un planteamiento transmedia desarrollado por Jacobo Rivero en funciones de coordinador general; parques y jardines en “Madrid Verde”; también “Arquitecturas”, “Mercados”, “Mapa/Plano”, “Habitantes” (no necesariamente ilustres o famosos: también barrenderos, o conductoras de autobús), “Deportes”, “Músicas”… A este índice hay que añadir en últimas páginas, en posición extraterritorial, “Otros tiempos”, un serial en capítulos donde el pasado de la ciudad durante la guerra se evoca históricamente. Quedó fuera del sistema de rotaciones y fue realizado por sus autores, Felipe Hernández Cava, guión, y Miguel Navia, dibujos, hasta su conclusión en el nº 21. Junto a dibujantes como Víctor Coyote, Javier Vázquez y yo mismo, así como Victoria Martos, Raúl, Fernando Vicente, Fede del Barrio y otros cuyas colaboraciones irán apareciendo, Felipe Hernández Cava personifica el indiscutible parentesco entre M21 Magazine y su evidente antepasada, MADRIZ, y éste es otro de los detalles. Él fue quien estableció las conexiones que hicieron realizable el proyecto de los ochenta y quien lo dirigió de modo impecable a lo largo de sus tres años de existencia.
La tradición de revistas ilustradas publicadas en Madrid se remonta a 1835, año de aparición de El Artista, donde publicaba Madrazo. Pasando por Madrid Cómico, La Ilustración Española y Americana, Blanco y Negro, El mono azul, La Codorniz y Hermano Lobo, entre docenas de ellas, esa tradición llega hasta MADRIZ (1984-1987), y en la generación siguiente hasta M21 Magazine (2017).
En la página 287 de su imprescindible estudio “Imágenes del desencanto. Nueva historieta española 1980-1986” (2001) dice de MADRIZ Pedro Pérez del Solar: “(…) subvencionada y a la vez tercamente independiente, fue un espacio tenso donde convivían versiones ya entonces oficiales de la ciudad (como espacio del arte, la moda y el turismo) junto con versiones críticas, donde Madrid era espacio de la memoria y de una historia alternativa (…). A la vez, MADRIZ fue un espacio de renovación de la historieta, abierto a nuevos autores y nuevas direcciones, que impulsó la experimentación y, mediante ese esfuerzo, logró publicar relatos e imágenes indispensables, a los que es necesario dar el importante lugar que merecen dentro de la producción cultural de su tiempo.”.
La muerte de Tierno Galván fue seguida por la desaparición de la revista, en febrero de 1987. En febrero de 2017 nació M21 Magazine. Treinta años es el tiempo de una generación, de una reencarnación tranquila. La continuidad no es nostálgica ni literal sino actualizada. Ese salto consiste en la consolidación del cómic documental, que también tiene un rasgo periodístico. El modo de trabajo aquí aplicado se podría aplicar a todas las ciudades para, a través de la obra colectiva, como a lo largo de siglos hacían los gremios artesanales en las catedrales góticas, cobrar conciencia comunitaria y a la vez crearla, gracias al uso integral de todas las herramientas gráficas disponibles: imaginación, descripción, retrato, croquis, relato, reportaje, memoria, inventiva…
Los vaivenes de la política han devuelto el ayuntamiento de la capital al sector culturófobo de la sociedad, viejos conocidos. Son los que se rasgaban las vestiduras con MADRIZ porque en una historieta Ceesepe se burlaba de Franco. Les parecía la revista porquería repugnante, pornográfica y blasfema. Como era de esperar, a M21 Magazine también le declararon la guerra desde el primer día. Para quienes la cultura significa básicamente tauromaquia, zarzuela, ballet y bandas de música militar, lo demás es degeneración de las esencias y despilfarro de un dinero que bien valdría para campos de fútbol. O para campos de concentración, si de contentar a sus nuevos e inseparables socios se trata.
M21 Magazine salió con tirada de 20.000 ejemplares y distribución gratuita en 400 puntos de la ciudad. Pronto se incrementó hasta 35.000 para, tras diversos reajustes y oscilaciones, estabilizarse en 30.000 ejemplares y 500 puntos distribuidores. Parte de la tirada (menos de 200 ejemplares) se envía a España y América, a centros de estudios y bibliotecas que lo solicitan. Recientemente la AECID ha asumido el envío a centros en África y Latinoamérica. El coste medio por ejemplar jamás rebasó los 20.000 €, costeados principalmente por la emisora durante la primera época, y por el Foro de Empresas por Madrid y el JOBO (Joven Bono Cultural), así como por puntuales contribuciones de anunciantes, durante la segunda época, en la que la revista se renombra como “Revista cultural ilustrada de Madrid”.
Un coste muy modesto en proporción a la utilidad de un proyecto que, una vez consolidado, no ha dejado de ampliar la participación de dibujantes, incluyendo a los grandes veteranos del gremio (con el decano Alfredo o los no menos legendarios Carlos Giménez, Ventura o Gallardo, y docenas más) y a la arrolladora generación de ilustradoras jóvenes, que aportan en cada número una luminosa creatividad repartida en incontables viñetas.Por si, para quienes endosan a otros su propia condición y en todas partes sospechan rapiñas, vale como tangible ejemplo de lo modesto de las cifras: mi particular contribución al proyecto, consistente en 28 creaciones gráficas a doble página (excepto la portada del nº 4, una página), lo que incluye concepción, guión, textos, rotulación, etc., y no sólo dibujos, más el artículo que sirvió de presentación en el nº 1, me ha reportado a lo largo de dos años y medio, después de impuestos pagados laicamente, 12.070 €. Ustedes mismos.
Descartado el enriquecimiento, la motivación para volcarse y vaciarse en semejante aventura es la pasión por la cultura viva, en especial cuando se trata de cultura verdaderamente popular, pública, colectiva. Con la fórmula de “cómic documental” hemos consolidado un modelo de trabajo exportable a cualquier ciudad, a cualquier construcción humana susceptible de ser dibujada, entendiendo por dibujar no hacer adorno o paisaje sino recrear la realidad y fijar conciencia nueva de ella, en forma de catedral o en forma de revista en la que los ciudadanos se adentren para reconocerse como vecinos de una urbe culta, sabedora de su historia, de los habitantes que precedieron, de los mercados, los jardines y edificios, los deportes, conciertos, autobuses y museos que laten en un mapa viviente. Cosas que no se pagan con dinero, y sí con pequeños momentos estelares. Permítanme tres, unos pocos. Uno, cuando Art Spiegelman a su paso por Madrid conoció la revista y dibujó a su ratón Maus flipando ante un ejemplar (“WOW, WOTTA KOOL MAGAZINE! BRAVO!!”). Otro, cuando Álvaro Pons, al hacer en su blog La cárcel de Papel balance del año 2017, repaso de lo mejor de la temporada, incluía el nacimiento de la revista como uno de las grandes sorpresas del año. Y otro, por último, cuando en la librería Alberti me contaron que cada mes iban al Centro Conde Duque a por una pila de revistas para poder repartirla entre sus clientes, como varios libreros más, me dijeron, y yo intentaba que al decir algo a continuación no se me quebrara la voz.
Donde sea y como sea, esta forma de trabajar continuará: pertenece al futuro de nuestra cultura.
Luis Pérez Ortiz (LPO), junio de 2019