Como en un espejo

(Ingmar Bergman, 1961)

REFLEJOS EN LA CAVERNA

En 1960 Bergman está en crisis. La revista “Chaplin” publica un artículo de Ernest Riffe, crítico francés que domina la obra del director y ataca sus defectos. Es un seudónimo del propio Bergman, que se ajusta cuentas.

Aunque ha filmado ya más de veinte, anuncia que ésta es su primera película. La denomina “film de cámara” (como es de cámara el teatro de Strindberg en que se inspira: pocos actores, acción escueta) y considera ‘estudios’ las cintas anteriores.

Bergman ha roto con el Dios de la infancia y busca una deidad acorde con el mundo de hoy, oscurecido por las matanzas de las guerras, la amenaza nuclear y las dudas existenciales. Quiere una respuesta actualizada pero no llega en el acto. Hay un tiempo de espera, en la filmografía la “Trilogía del silencio de Dios”, la primera de cuyas piezas es “Como en un espejo”.

En inglés se titula “Through a glass, darkly”, citando más ampliamente el pasaje de Corintios I. XIII, 12 usado de lema: “Ahora vemos como en un espejo, oscuramente, pero entonces [cuando llegue lo perfecto] veremos cara a cara. Al presente conozco sólo en parte, pero entonces conoceré como soy conocido”.
O sea: mientras la claridad de espíritu no ilumine la mirada, vemos de lo real meras distorsiones.

En la formidable escena inicial, los cuatro personajes salen de un mar que ha llenado de ondulaciones y reflejos la pantalla. Al final de un día de verano se han dado un baño refrescante. En fila india corren hacia tierra por el embarcadero de tablas. Son una familia que parece disfrutar de la vida, pero a lo largo de las siguientes horas los veremos gradualmente alterados. Cada uno vive aislado entre los espejos de su individualidad. Se comunican a través de funciones teatrales, alucinaciones místicas, escritos íntimos, síntomas psicóticos. Cuando la conversación es directa debe interrumpirse porque resulta demasiado grave.

David, el padre, aspira a que una de sus novelas tenga por fin éxito. Todo, parientes incluidos, enfermedad de su hija incluida, es para él materia literaria.
Karin, la hija, padece una esquizofrenia latente. En trances semihistéricos delira con un mundo paralelo donde encontrarse con Dios.
Minus, el hijo adolescente, está agitado por un torrente hormonal que carga de tensión sexual la relación con su hermana.
Martin, el yerno, resignado y fatalista, cuida como médico a su esposa pero no consigue conectar con su núcleo inestable.

El avance de la enfermedad sacude a los personajes ensimismados. El desarrollo del conflicto es de una intensidad ejemplar, con golpes de seco paroxismo dramático, en una progresión sencilla, marcada por ráfagas del violonchelo bachiano. Porque, contra lo que suponen los tópicos, el lenguaje de Bergman es depurado y diáfano. Otra cosa son los temas sobrecogedores que decide tratar.

La dura catarsis da paso a algo casi milagroso en el universo bergmaniano: un momento de comunicación real, cara a cara; una vía para superar la desesperación y el aislamiento.

Archilupo

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