Vértigo

(Alfred Hitchcock, 1958)

QUIERO OLVIDARLA

Loado sea Herrmann, que envuelve en atmósfera lo que vemos,

como por ejemplo a Kim Novak aparecer por primera vez,

una espalda de seda y pan;

aparecer, caminar y detenerse para dibujar su perfil contra el fondo rojo.

Nosotros, nuestro corazón, se detiene entonces, con el de Scottie,

el detective propenso al vértigo,

detenido o a ritmo sumamente despacioso,

mientras sigue al Jaguar verde de la mujer platino

en las encrucijadas pendientes de San Francisco, una tras otra y otra,

en espiral,

como la espiral del peinado y la de los títulos de Saul Bass,

hipnótica, mareante.

Kim-Madeleine poseída, se dice, por un fantasma del diecinueve,

la solitaria Carlota, triste y suicida,

por eso se muestra como fascinante extraterrestre o ultramundana,

recién llegada a lo real,

sin saber quién es o siéndolo de modo vacilante y amnésico.

James-Scottie cree comprender el misterio,

intuye un enigma asequible en los sueños perturbadores,

es Lancelot y Amadís y la quiere curar con su amor apasionado,

encendido tras desnudarla al salvarla de las aguas y poner sus ropas a secar,

amor que resuena en el espacio, donde el oleaje bate contra las rocas

al llegar el primer beso;

en los espacios de plasticidad sublime destilada del celuloide,

la mansión de los apartamentos palaciegos,

el cementerio poblado de difuntos invisibles,

las calles que caen vertiginosas hacia el fondo con isla,

el museo desierto y majestuoso,

el puente rojo, la misión española y el bosque de sequoyas,

su fantasmal luz de cuento donde ella parece esfumarse,

en el límite de un mundo otro,

espacios donde expandirse un amor desbocado,

tembloroso de asomarse al reino de los espectros,

porque de entre los muertos parece proceder ella,

liberada por los espíritus para una nueva estancia terrenal,

avistada en la calle, también de verde,

y también la ventana que se abre, igual,

el cuerpo de él lo sabe, y lo sabe la pesadilla de flashes rojos

que señalan al colgante y la tumba vacía,

el cuerpo lo sabe pero el intelecto no logra encajarlo,

el espíritu está y no está,

el aura de actitudes, miradas, gestos, intermitente,

mas todos los besos son el mismo beso:

para vértigo el del beso y la fusión

que transporta literalmente a otro lugar en un vuelo,

lo cuenta la cámara giratoria,

el pobre James-Scottie, el bueno de James en trance

con su amor obstinado, su corazonada insobornable

empujando a través de la impostura,

el corazón de ella latiendo contra el témpano de la falsificación,

su perfil idéntico recortado contra el neón verde,

los pechos sueltos bajo el vestido verde,

la escalera que aguarda peldaño a peldaño

un quimérico culminar la ascensión

y un desesperado afán de verdad.

Dios, haz que olvide esta película para volverla a ver y ser de nuevo seducido, subyugado, colmado y sobrepasado,

por primera vez descubrir a Kim Novak caminar despacio y detenerse

a dibujar contra el fondo rojo

su perfil llegado de entre los espíritus.

Archilupo

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