Para otra vida

Al salir del desfiladero, el tren emprendió la travesía de un campo cultivado, repleto de pequeñas huertas y casas esparcidas.

Anochecía, pero el tenue resplandor de poniente se reflejaba aún en la blancura de los almendros florecidos, numerosos.

En algunas casas, luces ya encendidas, rectángulos de claridad ambarina.

Las construcciones se diseminaban a un lado y otro del convoy, que se deslizaba lentamente, entreteniendo a los niños que desde los descampados decían adiós con la mano.

El viajero sofocó en su corazón un gemido cuando vislumbró de reojo cierta ventana de cierta casa. Un torrente de evocaciones le hizo representarse el interior de la vivienda, conocida; las escenas probables entre aquellas paredes opacas.

Podría apearse en la estación cercana, caminar hasta la puerta de la casa, golpearla suavemente con los nudillos, una cadencia clave, y abrazar sin palabras a la mujer que le abriría, tal vez con el índice entre las hojas de un libro.

Estoy aquí y te quiero, diría como mucho, al menos con los ojos.

Pero su estación era otra, su casa era otra y su vida también era otra. Tenía que seguir adelante, en un largo viaje que no permitía sentimentalismos.

Luis Pérez Ortiz

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